Deja que fluya el agua viva
- Ruth N. Márquez Castro
- 29 mar
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 31 mar
En Juan 4:13-14, Jesús le dice a la mujer samaritana:
“Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna.”
Esta historia nos muestra una verdad profunda sobre la transformación que Jesús trae a nuestras vidas. No solo sacia nuestra sed espiritual, sino que nos convierte en canales de bendición para otros.
Un encuentro inesperado
Jesús decidió pasar por Samaria, un lugar que los judíos evitaban. En su recorrido, se encontró con mujer samaritana en un pozo de agua. A diferencia de otras mujeres que iban por la mañana o al atardecer, ella fue a una hora en la que esperaba estar sola. Posiblemente quería evitar miradas de juicio, rechazo y vergüenza. Pero, en lugar de estar sola, se encontró con la fuente de agua viva.
El encuentro de Jesús con la mujer samaritana nos muestra que el evangelio no conoce límites políticos, geográficos, étnicos, culturales ni sociales. Jesús le habló a esta mujer, rompiendo barreras de religión, prejuicio y religión. Era necesario que ella escuchara sobre el Dios que restaura, transforma y perdona. Y no solo ella, sino toda su comunidad.
El agua viva
Jesús compara su mensaje con el agua. En la Biblia, el agua es símbolo de:
Purificación (como en los rituales del tabernáculo).
Santificación (el Espíritu Santo nos transforma).
Satisfacción (Él sacia nuestra sed espiritual).
Nueva vida (representada en el bautismo).
Cuando Jesús le habló a la samaritana sobre el agua viva, le estaba ofreciendo algo mucho más grande que lo que ella había buscado toda su vida; y cuando ella lo recibió, no pudo guardarlo solo para sí misma. Ella dejó su cántaro y corrió a contarle a otros sobre aquel que la había confrontado y transformado.
¿Agua estancada o agua viva?
La mujer samaritana dejó que el agua viva fluyera en su vida y a través de ella. Su testimonio llevó a que muchos otros creyeran en Jesús.
Al meditar en esto, debemos preguntarnos: ¿Qué tipo de agua somos? ¿Somos agua viva o agua estancada?
El agua estancada (como un pantano) es aquella que se queda quieta y empieza a corromperse. El agua estancada no fluye, huele mal y no es útil para dar vida. No es atractiva a la vista, y mucho menos provoca deseo de acercarse.
El agua viva (como un río) es aquella que fluye constantemente, refrescando y transformando todo a su paso. No permanece igual; y al igual que un río, crece cuando recibe más agua, cambiando así el terreno y el lugar en el que se encuentra.
Cuando guardamos lo que Dios ha hecho en nuestras vidas y no lo compartimos, corremos el riesgo de convertirnos en aguas estancadas. Sin embargo, cuando compartimos su amor y su mensaje con otros, el agua viva sigue fluyendo.
Nuestra misión
Jesús nos llama a ser parte de su misión. No podemos quedarnos callados con lo que hemos recibido. Como dice Romanos 10:14-15: “¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? ... ¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas!”
Dios nos ha escogido y nos ha enviado para llevar su mensaje. No nos quedemos estancados. Dejemos que el agua viva fluya en nosotros y a través de nosotros, para que otros puedan conocer al Salvador del mundo.
Es importante que nos preguntemos: ¿Estoy permitiendo que el agua viva fluya en mi vida?¿Estoy compartiendo con otros lo que Dios ha hecho en mí? ¿Cómo puedo impactar mi comunidad con el amor de Dios?
Que nuestra oración sea:
“Señor, que el agua viva de tu presencia fluya en mí y a través de mí, para que otros puedan conocerte.”
Foto: Las Cabezas de San Juan. Luquillo, Puerto Rico (Enero 2025)
Hermoso mensaje, seguimos orando por ustedes.